Acariciaba su guitarra con tal delicadeza que los pájaros se acercaban a escucharlo. Pero una noche sin luna descubrió que lo que más amaba en este mundo lo había traicionado. Solo pensaba en la manera de desaparecer de la faz de la tierra. Y ya decidido al viaje sin retorno, con la fe marchita, el cantor apagó su voz, y silenciosamente se lanzó de unos despeñaderos y al llegar al fondo del abismo, ya muerto el cuerpo, quiso también que expirara su alma, tenía miedo que al penar buscando el cielo o el infierno encontrara de nuevo su guitarra.
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