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Wednesday, December 11, 2024

El impacto emocional de la música

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Maria del Refugio Sandoval Olivas
Hgo del Parral, Chihuahua, México La pasión por escribir se manifestó desde su juventud, consolidando su primer encuentro formal, con su participación en el año 2002 en Historias de Migrantes, en el 2007, responde a    convocatoria emitida por la SEP y su historia de vida docente es seleccionada en la antología“Huellas en el tiempo”. En el 2009 publica el libro autobiográfico “Anhelos, sueños y esperanzas”, en el 2011 “Una Rosa sin Espinas”, 2013 es antologada en “Experiencias directivas exitosas”, 2015 y 2016 antologada en “Monografía de Competencias docentes”, convocadas por ENSECH; colaboradora en el Diseño de guías estatales para trabajar los Consejos Técnicos Escolares, autora de varias ponencias publicadas digitalmente,  como “Oralidad de la Lengua” en Argentina,  asistente y ponente en Congresos Educativos, dictaminadora del Congreso Nacional de Investigación Educativa, cuento “Dulce” publicado en 2018,  “Suspiros rotos” poemario publicado en 2019, cuentito “La navidad y yo” 2019; además,  es editorialista semanal en el periódico “El Sol de Parral”. Jubilada de SEP en el 2017 sigue aportando al sector educativo como: tallerista para padres de familia, docentes, alumnos y público en general. Conferencista en distintos niveles educativos en el estado de Chihuahua. Participante activa en los “Encuentros de escritores parralenses” Cuenta cuentos en preescolar y primaria. Practica el cachibol, en la Delegación de jubilados y pensionados DIV2 Socia activa de la Benémerita y Centenaria “Sociedad Mutualista Miguel Hidalgo”

La música es el arte de crear y organizar sonidos y silencios, es una combinación de ritmo, melodía, timbre y armonía, que tiene el poder y la fuerza de trastocar la intimidad del ser, formando parte de todas las culturas y sociedades.
Esta ha sido parte inherente de mi existencia, presente desde que tengo memoria, acompañando jolgorios y alegrías, momentos de tristeza, soledad e introspección, así como juegos e intercambios sociales y educativos, de acuerdo con la etapa transitada y el contexto predominante de la época.
En la piel de la memoria quedaron grabadas las canciones de cuna que mamá nos cantaba, los juegos acompañados de rondas y melodías que aprendíamos de memoria, reforzando el aprendizaje e interacción social, las coplas que sonaban en la radio, las alabanzas de la iglesia, entre muchas otras; todo esto junto con el amor por la música que mi familia ha profesado por generaciones tanto anteriores como la presente, que han profesado a este bello arte.
Recuerdo a mi abuela materna con su hermosa voz tarareando la letra de aquellas canciones que le cautivaban. Mi mamá, quien, desde sus años mozos, era la cantante local en las festividades. Le siguió con esa afición y don musical, mi hermana mayor y el más pequeño de mis hermanos. también heredaron ese talento. Al correr de los años mis hermanos y esposo formaron un grupo musical, herencia trasmitida a mis hijos y nietos, quienes tocan varios instrumentos, cantan y son músicos que la gente contrata para amenizar fiestas.
Por mi parte, el apasionamiento e idilio más grande que he tenido con la música se dio durante la adolescencia, cuando las notas musicales hacían vibrar las fibras más íntimas de mi alma. Podía pasar horas escuchando la radio, esperando que el locutor en turno tocara alguna de esas composiciones musicales que enardecían mis sentidos. A veces cantaba a todo pulmón, otras tantas, las lágrimas acudían presurosas, como si al correr libremente, pudieran lavar los sentimientos y emociones guardadas en lo más recóndito de mi ser.
La letra, el ritmo y la música de las canciones despertaban diferentes significados y conexiones profundas. Tan pronto hacían emanar la alegría, como una gran nostalgia y evocación, recordando contextos y personas cercanas en nuestra formación.
Así, cada vez que tenía la oportunidad de viajar a la ciudad más cercana, mi primera visita era a las tiendas encargadas de vender discos sencillos y LP, con los éxitos que hacían latir mi corazón a un ritmo acelerado y despertaban mi imaginación creando escenarios maravillosos.
Corrían los años tardíos de los setenta cuando escuché la voz de Piero, un cantautor argentino, con esa canción que lo hizo acreedor a múltiples reconocimientos y que a pesar del tiempo transcurrido desde su grabación (1969), sigue cimbrando corazones: Viejo, mi querido viejo”.
En primera instancia, tocó fibras emocionales y profundas al hablar de su admiración hacia un padre, me hizo evocar y añorar la presencia de un padre ausente, no por voluntad propia, sino porque la muerte se encargó de alejarlo. A pesar de que él falleció a los cuarenta y cuatro años, mi mente infantil registró su imagen como si él fuera una persona muy madura.
Al igual que Piero, yo lo miraba desde lejos, pero con esa difuminación que va dejando la estela del recuerdo, cuando las brumas de los años van desdibujando la silueta amada.
“Soy tu sangre mi viejo, soy tu silencio y tu tiempo”, porque fui heredera de la savia que corrió por su cuerpo, compartiendo no solo el apellido, sino la misma herencia genética. Porque la muerte se encargó de silenciar sus palabras, de mutilar sus consejos, sus expresiones de amor y, todo aquello que esperaba aprisionar con mis sentidos, no hubo manera de experimentarlo. Su tiempo fue corto para nosotros, sus hijos, yo tenía apenas nueve años y mi hermano cuatro.
Sigo teniendo la tristeza larga, de tanto andar andando sin su apoyo, por carecer de esa mano que guía, sin escuchar esas palabras de consuelo. “Él tiene los ojos buenos”, chispa de bondad y dulzura que puedo conservar, gracias a unas cuantas fotografías viejas.
Le sobrevivieron por algunos años sus dos hermanos, en ellos quise depositar y encontrar el amor perdido. Pude constatar cómo la edad se les vino encima, junto con las enfermedades y dolencias propias que se van sumando a través del tiempo. Nosotros, los de los años nuevos, ellos, los de los años viejos, poseedores de experiencias y de tantas historias perdidas.

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